Soldadito de Plomo

A continuación les muestro uno de los cuentos adaptados a formato kamishibai "El soldadito de Plomo"



Había una vez veinticinco soldados de plomo con un bonito uniforme azul y rojo y un fusil al hombro. Vivían metidos
en una caja de madera y se aburrían un poco. Un día oyeron una voz de niño que decía:

- ¡Hala! ¡Soldados de plomo!
Era la voz de Carlos, quien había recibido los soldados como regalo de Navidad. Todos eran exactamente iguales menos uno, que, aunque sólo tenía una pierna, se mantenía firme como los demás.

A su lado también habían más regalos, pero muy pronto el soldado de plomo se jó en una bailarina que levantaba con gracia un pie para dar a entender que estaba bailando.

"También le falta una pierna, como a mi. Es la mujer que me conviene para ser mi esposa- pensó el soldadito de
plomo -. La quiero conocer. ¡Es tan linda!”

El soldadito estaba detrás de una caja sorpresa desde donde podía contemplar a la bailarina. Al llegar la noche, Carlos guardó todos los soldaditos excepto a él, porque no lo vio. Y, aprovechando que toda la familia dormía, los juguetes empezaron a divertirse.

De la caja sorpresa salió un muñeco verde que, al ver al soldado mirar a la bailarina, le dijo:
-¡Soldadito de plomo! -gritó el duende-. ¿Quieres hacerme el favor de no mirar más a la bailarina?
Pero el soldadito se hizo el sordo.
-Está bien, espera a mañana y verás -dijo el duende malvado.
Al día siguiente el soldadito de plomo apareció en la ventana, cuando sorpresivamente esta se cerró
de un golpe, dejando caer al soldadito a la calle.

"¡Dios mío! ¿Adónde iré a parar? - pensaba el soldadito -. La culpa de todo la tiene el muñeco
verde de la caja sorpresa. Estoy seguro de que si estuviera a mi lado la hermosa bailarina no me importaría estar aquí."


- ¡Mira, que suerte! Un soldado de plomo! - dijo un niño que pasaba por la calle.
- Lo haremos navegar - dijo su amigo -. Lo meteremos en un barco.
Y dicho esto, hicieron un barquito de papel en el que metieron al soldado, luego empujaron el barco y el soldadito se alejó por las aguas de un arroyo que se había formado por la lluvia.


El barco cada vez tenía más agua y se hundía más, porque era de papel. Pensó que sería su nal y
sólo se acordaba de la bella bailarina que no volvería a ver. Creía haberla perdido para siempre.
Poco poco, se fue hundiendo hasta el fondo del arroyo. Allí se lo tragó un gran pez que pasaba en ese momento.
Durante un largo tiempo, se quedó a oscuras y en silencio. No sabía donde estaba, aunque tenía la
esperanza de que alguien pescase al pez y lo rescataran.

Estaba dormido cuando de pronto oyó una voz que le sonaba familiar:
-¡Oh, miren quién está aquí! ¡Es mi soldadito de plomo! Era la voz de Carlos. El soldadito no se lo podía creer. ¿Pero, cómo habría llegado hasta allí? El pez había sido pescado, llevado al mercado y vendido, y se encontraba ahora en la cocina de Carlos, donde la sirvienta lo había abierto con un cuchillo cuando se encontró con el soldadito.

¡El soldado estaba feliz! Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaban todos sus amigos y su querida bailarina.
Lamentablemente su fortuna no duró mucho tiempo, ya que una ráfaga de viento hizo caer de nuevo al soldadito, esta vez a la chimenea, mientras se derretía, vio a su lado a su querida bailarina, que debió caer con él.



Poco después el soldadito se acabó de derretir.
Cuando a la mañana siguiente la sirvienta removió las cenizas lo encontró en forma de un pequeño
corazón de plomo; pero de ella no había quedado sino un pedazo de su vestido, y ésta era ahora negro como el carbón.
Nada más se supo del soldado y de la bailarina, sólo esta muestra de amor.

Fin.

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